Los datos de uso activo de aplicaciones 2.0 son bastante cortos. Diseñando con colegas de otros campos una investigación sobre impacto educativo de uso de plataformas y herramientas colaborativas percibo un uso bastante optimista de las posibilidades de la web 2.0. Su implantación en consolidación de grupos locales, de pandillas, en comunicaciones y entretenimiento es indiscutible. El problema para otros usos no está en estas tecnologías. Creo que la brecha mental digital, como decía un colega hace un rato, es voluntaria. No estoy seguro de que los medios quieren aceptar la colaboración informativa de los lectores. Dudo de que los políticos sean conscientes del valor de la aportación ciudadana, también en momentos de recesión o de crisis. Las empresas y organizaciones tienden a ver la actualización digital, con todas las de la ley como una obligación, se escudan en posibles riesgos. Y nosotros, ¿pensamos los profesores que podemos aprender de los alumnos, que debemos hacerlo para poder orientarles e impulsar su aprendizaje?
Desde la experiencia 2.0 la brecha digital imaginada no existe. Con unas pequeñas pruebas personales comprobamos el alcance de las prácticas digitales, la ganancia de contar con otr@s. No veo obstáculo más importante que querer probar y buscar las utilidades que simplifican y hacen más abiertas nuestras tareas cotidianas.
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