1.- Las fronteras culturales
2.- Nacimiento de los estados y de las fronteras geográficas, políticas y metafísicas.
3.- Fronteras temporales e identidades modernas
4.- La administración. Barreras y nudos públicos
5.- Las redes. Barreras y nudos privados
En el seminario CIDOB del pasado 9 de marzo de 2007, bajo el tema marco Ausencia de fronteras: la mirada cosmopolita, los profesores Beck, Delanty e Innerarity presentaban el horizonte del cosmopolitismo como el más prometedor entre las estrecheces de los nacionalismos y el caos de la globalización, mientras que la doctora Švob-Ðokiæ avisaba de los riesgos de la disolución de las identidades individuales y colectivas. Por su parte, el profesor Robins, en la línea de trabajo de Ulrich Beck, señalaba las posibilidades de un cosmopolitismo metodológico.
En el presente seminario, dentro del tema marco Voluntad de frontera: consideraciones identitarias y expresiones de alteridad, esta sesión sobre fronteras geográficas, sociológicas y metafísicas, tiene como objetivo mostrar, en un pequeño recorrido histórico, momentos en los que se han constituido diversas barreras de incomunicación y diversos nudos de comunicación, con la intención de que se puedan extraer de esos cuadros alguna enseñanza, tanto para las prácticas de una política cosmopolita como para la constitución de nuevas formas de identidad.
Para empezar, es conveniente recordar ahora que la emergencia y diversificación de las lenguas marcan el nacimiento de las primeras fronteras y de las primeras determinaciones de la identidad.
En no pocas culturas paleolíticas la palabra que se usa para decir hombre es la misma que se utiliza para designar a la propia tribu. Así mundurucu y comanche significa a la vez hombre y miembro de la tribu de los mundurucu o de los comanches. Correlativamente, los que no pertenecen a la propia tribu son frecuentemente designados con una palabra que significa no ser hombreo no saber hablar como es el caso de término griego bárbaro, o con una palabra que significa a la vez extranjero y enemigo, como es el caso del vocablo latino hostes.
Al ponerse nombre, los grupos humanos se definen a sí mismos, e identifican a los que excluyen. De esta manera se define y se delimita quienes son seres humanos y quiénes no, y en qué consiste serlo. Pero ese trabajo nunca esta definitivamente concluido, pues hay que volverlo a hacer cada vez que se producen cambios culturales de máxima envergadura, como es el de comienzos del siglo XXI.
Por eso en las últimas décadas del siglo XX, cuando la conciencia del cambio de época es más viva, hay tanta Antropología filosófica, tantas descripciones de la situación del hombre y de lo humano y tanta reflexión sobre ello. El mundo moderno ha quedado atrás y el mundo nuevo aún no se ha configurado y hay que configurarlo, por lo cual vivimos en una situación de indefinición, de preludio y de cambio de una envergadura semejante a la de comienzos del neolítico o de comienzos de la edad media.
En los momentos de consolidación de la revolución neolítica, Ulises vive en un mundo poblado de dioses, ninfas, cíclopes, sirenas, magas, gigantes, antropófagos, adivinos, desconocidos, enemigos y compatriotas, en un mundo en el cual las fronteras entre lo humano y lo sobrehumano, lo natural, lo sobrenatural y lo demoníaco, lo real y lo ficticio, no están trazadas y tiene que establecerlas él.
Tras el hundimiento del mundo antiguo, en los momentos del medievo en que se gestan el mundo cristiano y el mundo moderno, Parsifal habita también en un universo repleto de arcángeles, demonios, ogros, gnomos, elfos, brujas, y almas en pena, donde la frontera entre lo humano, lo divino y lo satánico tiene que trazarla él mismo para saber quién es y dónde está.
Nosotros nos encontramos también en un escenario en el que pululan mentes electrónicas, robots, animales artificiales patentados, replicantes, clónicos, transgénicos, trasplantados, extraterrestres, hombres virtuales, y quizá emergentes espíritus de montañas y bosques, todos los cuales disuelven las fronteras cuidadosamente levantadas desde el siglo XVI o quizá desde el siglo V antes de Cristo.
Tales fronteras nos permitían distinguir entre lo natural, lo sobrenatural y lo antinatural, lo real y lo imaginario, lo humano y lo extrahumano, pero tras los cambios científicos y técnicos del último siglo se han hecho inoperantes. Se han quedado anticuadas y ya no orientan, y por eso nos vemos obligados a dibujar otras nuevas para saber quiénes somos nosotros, dónde vivimos, y quiénes son ellos, los no humanos, cómo son y dónde viven.
Las viejas fronteras mantenían un mundo bien definido y seguramente interpretado, pero cuando ese orden establecido y su correspondiente metafísica se disuelven, hay que recurrir de nuevo a los criterios inmediatos de la geografía para diferenciar entre terrestres y extraterrestres, los que están aquí y los que están allí, o a los de la sociología para distinguir a los que suplican a los dioses de los que no. Se percibe entonces que las fronteras metafísicas y las sociológicas son, en su punto de partida, fronteras geográficas.
La frontera geográfica entre lo humano y lo extrahumano estuvo un tiempo en los confines del Mediterráneo, en ese lugar que los griegos llamaron Tartesos y los árabes Al-Andalus. Donde Hércules había puesto sus dos columnas para sujetar la bóveda del cielo y donde moría cada tarde el sol devorado por las sombras e impotente para vencerlas después de su carrera olímpica por el firmamento. Allí se encontraba el paso por el que Ulises había bajado al Hades infernal.
Posteriormente estuvo en medio del Atlántico, donde los hombres del medievo decían que se abría la catarata que precipitaba en el abismo a los que osaban alejarse de las costas seguras, donde habían muerto sin que se volviera a saber de ellos todos los que habían tenido la osadía de querer saber y de creer que podían enfrentarse al caos.
En nuestros días, también nuestros relatos mitológicos que emergen en el cine y en la literatura , hablan de unos límites donde el hombre arriesga todo su ser, de ese punto en que la ciencia y la técnica hacen frontera con la moral y la religión, y que la más conocida de nuestras epopeyas, La guerra de las Galaxias, denomina el reverso tenebroso de la fuerza.
La geografía y la cosmología de cada época dibujan siempre sobre sus cartas los lugares donde la tierra se une con el cielo y con el infierno. El cielo es la suprema felicidad prometida y esperada y el infierno la inversión de todo lo noble y bueno en su más pavoroso contrario.
Las fronteras son en sus inicios, y siempre, fronteras culturales. Posteriormente es cuando se constituyen como fronteras geográficas, cuando los sistemas administrativos organizan la vida social según las decisiones políticas.
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