Estados y nacionalidades tienen problemas. La globalización y el nacionalismo son dos de ellos, y no se llevan (bien). En concreto los nacionalismos secesionistas andan más que airados con los nuevos tiempos. El Consello da Cultura Galega, invita a Anne-Marie Thiesse y otros conferenciantes el próximo jueves 24 en Santiago de Compostela para hablar de Os sentidos das culturas: un diálogo aberto sobre o presente e o futuro da cultura. (No hay peligro de que se olvide el pasado ya que los ponentes son gente humanidades y ciencias sociales) .
La directora del CNRS francés viene a hablar de La nation moderne: corps, politique e communaute culturelle. Conséquences et problèmes actuelles. (22 págs en pdf francés y galego). En sus páginas leo que el problema es conceptual, con las mismas bases históricas con las que defendemos la tradición y la formación nacional, concedemos a las demás naciones "privilegios" equiparables. En seguida aparece que el reconocimiento nacional le viene a uno por tener un Estado propio. Y aquí el jaleo. No todas las naciones han alcanzado su Estado.
Pero el asunto no es tan sencillo, sigue escribiendo Thiesse., como separar la parte política (el Estado) de la parte cultural (la nación). Aunque estas vaguedades gusten a ensayistas y periodistas ( me apunto, también nos gustan a los blogueros). Dice que debemos a romanticismo alemán (creo que Octavio Paz estaba de acuerdo) la reducción de la nación a rasgos étnicos y culturales. Pero las naciones, con todas sus dimensiones posibles, no son "nacionales", son modernas, transnacionales (aquí se acerca más a la definición del Estado que atribuyo a G. F. Hegel). Ha sido un principio racional, el que ha generalizado esta forma política. Y los países están dispuestos a reconocer como Estados, a dar legitimidad, a quienes demuestren su carácter de nación. Los componentes de la nación son divergentes: la abstracción política, universal y la concreción cultural, étnica, local.
Habla de rasgos modernos de la nación que me recuerdan épocas anteriores (fundadores, héroes, paisajes, tradiciones, monumentos y obras culturales). No sé como se deberían llamar entonces las naciones antiguas premodernas. Progreso y pasado han sido los motores de la intensa actividad que a lo largo de los dos siglos pasados construyó las naciones hoy reconocidas.
- Lectura muy interesante, paso a modo Twitter y me voy a comer (continuará, espero).
- Vuelvo de modo Twitter y actualizo (continuo).
En estos siglos hemos nacionalizado la historia (yo añadiría que varias veces según el color político de cada periodo); hemos nacionalizado el patrimonio cultural, los personajes novelescos (y cinematográficos); nacionalizamos las lenguas haciéndolas capaces de la más alta expresión desde sus más orígenes populares más humildes; también hemos nacionalizado el paisanaje. La cultura se populariza porque vemos en nuestros vecinos de la aldea las esencias puras no contaminadas del mestizaje y la movilidad urbanas.
Y con estos bueyes no se puede arar... una comunidad europea como la que compartimos. Nos vemos obligados a utilizar símbolos virtuales en nuestras monedas. Nos falta espacio público común, algo más integrador que el frío patriotismo constitucional que propone J. Habermas como vínculo. Si no leo mal a la Thiesse, en la nación vislumbra los gérmenes de lo cerrado, lo abarcable, lo homogéneo. Esa abstracción irreal que recompone pasado y presente queda como recopilación de limitaciones y deficiencias.
Reclama una nueva conceptualización postmoderna de lo comunitario, algo flexible y variado, que que no oculte simplifique con fórmulas abstractas. Que no ignore diferencias, mestizajes y tensiones, esas que siempre se han producido desde las aldeas o los barrios de las ciudades hasta los espacios comunes superiores como una treintena de Estados. Volvemos a los conceptos intermedios entre comunidad y sociedad. Y pide un esfuerzo similar para definirlo mientras lo hacemos como los románticos del XIX o los nacionalistas del XX.
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