Con sutil ironía, confesaba uno maestro admirado que se hizo profesor para aprender de lo que enseñaba. Y como tampoco sabía enseñar -decía él-, escogió desarrollar la mayor parte de su programa a través de casos, simulando el entorno profesional que en realidad conocía tan bien.
Sin quedar en meros introductores de software, a los profesores en general, cada vez nos pasa más lo que al experimentado maestro. No podemos trasladar en lecciones magistrales la experiencia, la utilidad y las posibilidades de las innovaciones.
Sin embargo, la academia no es tan sabia y le cuesta invertir en equipamiento necesario para que cada alumno crezca por los ojos y las manos y menos por lo que oye, anota y repite.
La educación es bastante más que aprendizaje técnico, pero tampoco se puede reducir la técnica al adorno o entretenimiento dentro del soporífero programa formativo.
Ojalá queden aulas y no acaben todas como talleres (¡oh, la reforma educativa europea!).
Las aulas informáticas, mientras, aparecen como espacio profesional de la empresa tan interesante o más que los despachos. Para apostar por la (auto)formación permanente, para estimular una operatividad colaborativa, etc.
Lo comenta Enrique Dans de sus cursos. Sus explicaciones se convierten en anotaciones en los blogs de los asistentes.
Y con los alumnos también ha preferido pasar de la lección sobre búsqueda y pings a la experiencia de las watchlists (technorati, 10 millones de blogs). Para no exigir credibilidad, en este caso, sobre el interés profesional de la sindicación de contenidos, del uso de lectores de información actualizada. Que cada alumno lo vea y sueñe con las posibilidades de lo que comienza.
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