El catedrático de antropología Pedro Gomez García habla sobre el sinsentido de la técnica y nuestras obligaciones con ella, en uno de sus temas de doctorado en la U. Granada.
Génesis y apocalipsis de la técnica: de la hominización a la tecnocracia destructiva.
Expone que el homo faber no está biológicamente determinado. Son la técnica y la cultura quienes nos educan y nos integran en una sociedad. Después repasa las tesis clásicas de la evolución y el impacto de la técnología desde la revolución neolítica a la revolución industrial. En este última revolución primero fue la tecnología semimecanizada (la época del vapor de 1750 a 1830), luego la técnología mecanizada (de 1850 a 1919 el acero y los motores con la química) y desde 1945, la tecnología automatizada con la energía nuclear, la automatización y la teleinformática.
No es muy preciso hablar de una etapa pre-técnica, porque todo en una cultura tiene algo de artificial, de elaborado por la capacidad simbólica de los seres humanos.
También puede darse una relación desequilibrada, podemos ser dominados por la técnología en principio hecha por nosotros y para nosotros. Sigue a Max Horkheimer (1969:22) en su definición de tecnocrácia: cuando en el desarrollo de nuestro poder con ampliaciones tecnológicas hemos perdido el alma, el fin, la orientación. Quedamos alienados, separados del sentido utilizando nuestros mismos logros.
La critica de los frankfurtianos a la razón instrumental nos avisa de que naturaleza, sociedad y personas pueden quedar reducidas a objetos a meras cosas con el devenir irracional de la tecnología.
Quizá suscribamos también otras citas de Gómez García. Como la de R. Garaudy (1979: 49) cuando describe la barbarie de la civilización occidental, el racionalismo cientista tecnocrático que embrute a la persona y desnaturaliza el mundo. O como acaba Mitológicas de Lévy-Strauss, "antepongamos «el mundo antes que la vida, la vida antes que el hombre, el respeto a los otros antes que el amor propio».
En esta antropología la tarea es integrar el conocimiento en una más amplia y congruente sabiduría. Subordinar nuestras urgencias y pasiones a fines generales, a los sentidos comunes que deberían orientar nuestro conocimiento y nuestros actos.
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