Como otros muchos conceptos claves de nuestro tiempo, Iconografía es uno de esos términos castrados por la Historia. Definida por viejos gerentes, políticos y legisladores en su mayoría de la generación del Baby Boom, la iconografía según se entiende sólo mira hacia atrás. Y en los contados cuadros que se merecen una interpretación en profundidad (John Berger sobre la mirada en la autoconciencia de la mujer). Sólo esas selectas imágenes reconocidas como clásicas son dignas de una iconografía histórica. A ver, más imágenes tienen una historia. Aunque se prefiera cortar a veces su cordón umbilical, no siempre puedes mirarla sin más. Venga de ascendencia digna -o no tanto-, cada composición carga con la notoriedad que tenga y con los significados que le sobrevuelan de antiguo y en su derredor donde se tejieron tribus, etnias, comunidades... Son tan pocas las estimadas dignas de recibir cierta atención auxiliar en algunos estudios historiográficos. Desde hace muchos siglos las humanidades y las ciencias sociales son más de letras que de imágenes. Por muy nucleares que hayan podido ser en la construcción de grupos humanos.
Desde la antigüedad de las marcas, también quedan rastros y sentidos pasados en la evolución gráfica y mediática de los logosímbolos corporativos, en los partidos, las empresas, las instituciones. Mantener una definición histórica, una descripción de enciclopedia en el actual mundo de imágenes móviles y ubicuas puede ser romántico, pero desde luego no es fácil ni parece posible por muy buenos profesionales que visualicen y comuniquen. Las tendencias y los cambios en los signos se ven en el gran formato de las marcas globales. Pero además se nota en los cambios de preferencia, de estilo entre los profesionales, en las imágenes de los profesionales del sector. Con la crisis institucional y corporativa, el sistema parece moverse más de prisa en las marcas personales. Podemos arrancar de una especialidad: relaciones públicas, creativas, responsables de comunicación digital, pero en seguida va a llevar un adjetivo. Y durará lo que dure.
Desde la antigüedad de las marcas, también quedan rastros y sentidos pasados en la evolución gráfica y mediática de los logosímbolos corporativos, en los partidos, las empresas, las instituciones. Mantener una definición histórica, una descripción de enciclopedia en el actual mundo de imágenes móviles y ubicuas puede ser romántico, pero desde luego no es fácil ni parece posible por muy buenos profesionales que visualicen y comuniquen. Las tendencias y los cambios en los signos se ven en el gran formato de las marcas globales. Pero además se nota en los cambios de preferencia, de estilo entre los profesionales, en las imágenes de los profesionales del sector. Con la crisis institucional y corporativa, el sistema parece moverse más de prisa en las marcas personales. Podemos arrancar de una especialidad: relaciones públicas, creativas, responsables de comunicación digital, pero en seguida va a llevar un adjetivo. Y durará lo que dure.
En vez de fijarnos en estrellas y tiburones de la edad de oro y del dolar de la profesión, escuchamos más cada día a las generaciones digitales en torno al milenio. Dejando de lado la Historia de los imperios y de sus industrias de comunicación, cambiamos a una iconografía del presente. Los referentes fijos, las definiciones constantes se evaporan en sociedades más abiertos y menos trenzadas. Ni siquiera son estables sus cauces. Ene ste momento parecemos más atentos a las imágenes contemporáneas de Youtube o Instagram compartidas y retuiteadas. Dicen los críticos que los cuadros, las esculturas, incluso las buenas fotografía no pertenecen a las redes sociales. No se puede negar que hay muchos millones más en las plataformas compartidas. Y con muy alto valor personal y subjetivo. Dentro y participando de estas culturas visuales medimos además hoy el alcance social y la expresión de compromisos. No todo está entre las maderas del marco.
El análisis estético de las piezas de arte clásico, de la comunicación de las élites, de la depuración de la alta cultura ha permitido dar una profundidad interpretativa que enriquece el conocimiento de la imagen y lo que de ellas hemos recibido.
También se separa de la iconografía clásica, a pesar del posible expresivo, extensión social y divulgación de sentimientos, la comunicación móvil que hacemos con instantáneas. Fijándonos en algunas, las de Aylan Kurdi, pueden estar cambiando -y esperemos que lo hagan aún más- el curso del presente. Los maestros antiguos con tiempo y atención educaron la mirada de sus contemporáneos y de las generaciones sucesivas convocadas por destellos de algunos críticos. Para la iconografía móvil pierde algo de interés la voluntad enunciativa frente a la apreciación personal y la apropiación colectiva de buenas imágenes o de simples memes. Las imágenes pasan a ser representaciones compartidas. Unas, con la solidez de aquellos símbolos matrices de las comunidades prehistóricas. Otras, con la comunicación efímera de un meme chistoso que no vuelve al flujo del interés social en las redes conectadas.
El análisis estético de las piezas de arte clásico, de la comunicación de las élites, de la depuración de la alta cultura ha permitido dar una profundidad interpretativa que enriquece el conocimiento de la imagen y lo que de ellas hemos recibido.
También se separa de la iconografía clásica, a pesar del posible expresivo, extensión social y divulgación de sentimientos, la comunicación móvil que hacemos con instantáneas. Fijándonos en algunas, las de Aylan Kurdi, pueden estar cambiando -y esperemos que lo hagan aún más- el curso del presente. Los maestros antiguos con tiempo y atención educaron la mirada de sus contemporáneos y de las generaciones sucesivas convocadas por destellos de algunos críticos. Para la iconografía móvil pierde algo de interés la voluntad enunciativa frente a la apreciación personal y la apropiación colectiva de buenas imágenes o de simples memes. Las imágenes pasan a ser representaciones compartidas. Unas, con la solidez de aquellos símbolos matrices de las comunidades prehistóricas. Otras, con la comunicación efímera de un meme chistoso que no vuelve al flujo del interés social en las redes conectadas.
Para profesionales de la comunicación hay también una iconografía "del futuro", la responsabilidad de dirigir el sentido de la imagen. En la medida de lo posible, en cuanto lo permite la libertad de la comunicación y de la interpretación que hacemos los humanos, tenemos que controlar lo que significamos y no ser una simple fuente de bromas. Ya se palpaban en las grandes obras de arte, en los frescos clásicos, ciertas intenciones de sentido político que superan el contexto original -mercenario tantas veces- de la imagen en cuestión. Quizá sea más difícil dar dirección de imagen a tantas fotos casuales y multitudinarias, entre la inmensidad de fotos azarosas que ya están compartidas y no se han borrado de internet.
Pero la comunicación profesional en organizaciones, o para la política y el mercado, tiene un primer plano de responsabilidad con las fotografías y flashes informativos que siguen o se desvían de una estrategia de comunicación, en el corazón mismo de un proyecto de barrio o empresarial. Hoy contamos con la cultura iconográfica y cada vez con más conocimientos de iconografía social, de las imágenes resultantes entre tanto meme, tantos anuncios en el caudal diario, horario, que llega a nuestro móvil.
Para la dirección iconográfica no son importantes los influenciadores y posibles amplificadores, agentes de estructuras conectadas por un interés o una causa del momento. Descuentan los grupos que no interpretan las propuestas como quisieran sus diseñadoras. Siempre fue importante la imagen artística, pero junto a la gran imagen intercultural, también cambian el presente las imágenes conectadas, distribuidas por la globalidad de internet. Y en ellas las imágenes digitales se integran, de pleno derecho, en la historia y en la ciencia. Y obligan a que la iconografía tenga que seguir esa vida a saltos de las representaciones: desde sus situaciones históricas hasta su seriación y pervivencia en espacios y tiempos digitales que las convierten en imágenes distintas, pero compartidas. Cuando la reproducción y el compartir llevan una explicación o un texto acompañante es más fácil detallar la el curso que sigue una interpretación dominante: la imagen que ha dibujado finalmente la iconografía de una representación y de sus posteriores reproducciones o apropiaciones.
Si se pudiera representar en un diagrama, la iconografía puede parecer una estrella ancha en el núcleo histórico (la base icónica que se recuerda) alargada en algunos brazos todavía reproduciendo ciertos sentidos mayoritarios en los medios y en las redes sociales. Las zonas de color son las generaciones de espectadoras, los públicos que contemplan o comparten esa marca.
Pero con algunas patas o brazos truncados, como en un sol azteca. La representación no se consolida en línea recta, sigue sus propios cauces en reinterpretaciones, justificadas o no, publicitadas o minoritarias... que redirigen la iconografía alcanzada, por lo menos hasta la fecha en que estamos realizando esta auditoria de imagen y tomando decisiones para el futuro del proyecto de llevar una representación a puerta en la que nos embarca el estado actual de la comunicación.
La ICONOGRAFÍA puede prestar criterios para análisis y evaluación de imágenes: desde sus fundamentos estético-históricos, por la iconografía social de la imagen móvil, hasta una iconografía estratégica de construcción y transformación social. En un eje temporal arranca del análisis en profundidad, al análisis de lecturas y distintas comunicaciones de imágenes publicadas y compartidas, hasta la dirección del branding y la comunicación de algún tipo de representación social. En el caso del portafolio, la perspectiva iconográfica evalúa la composición y el atractivo de la imagen protagonista en la maqueta presentada; el alcance y la comunicación en torno a las aportaciones más cualificadas; y finalmente, la orientación y coherencia de los contenidos hacia una determinada interacción profesional de algún modo visualizada.
Pero la comunicación profesional en organizaciones, o para la política y el mercado, tiene un primer plano de responsabilidad con las fotografías y flashes informativos que siguen o se desvían de una estrategia de comunicación, en el corazón mismo de un proyecto de barrio o empresarial. Hoy contamos con la cultura iconográfica y cada vez con más conocimientos de iconografía social, de las imágenes resultantes entre tanto meme, tantos anuncios en el caudal diario, horario, que llega a nuestro móvil.
Para la dirección iconográfica no son importantes los influenciadores y posibles amplificadores, agentes de estructuras conectadas por un interés o una causa del momento. Descuentan los grupos que no interpretan las propuestas como quisieran sus diseñadoras. Siempre fue importante la imagen artística, pero junto a la gran imagen intercultural, también cambian el presente las imágenes conectadas, distribuidas por la globalidad de internet. Y en ellas las imágenes digitales se integran, de pleno derecho, en la historia y en la ciencia. Y obligan a que la iconografía tenga que seguir esa vida a saltos de las representaciones: desde sus situaciones históricas hasta su seriación y pervivencia en espacios y tiempos digitales que las convierten en imágenes distintas, pero compartidas. Cuando la reproducción y el compartir llevan una explicación o un texto acompañante es más fácil detallar la el curso que sigue una interpretación dominante: la imagen que ha dibujado finalmente la iconografía de una representación y de sus posteriores reproducciones o apropiaciones.
Si se pudiera representar en un diagrama, la iconografía puede parecer una estrella ancha en el núcleo histórico (la base icónica que se recuerda) alargada en algunos brazos todavía reproduciendo ciertos sentidos mayoritarios en los medios y en las redes sociales. Las zonas de color son las generaciones de espectadoras, los públicos que contemplan o comparten esa marca.
Pero con algunas patas o brazos truncados, como en un sol azteca. La representación no se consolida en línea recta, sigue sus propios cauces en reinterpretaciones, justificadas o no, publicitadas o minoritarias... que redirigen la iconografía alcanzada, por lo menos hasta la fecha en que estamos realizando esta auditoria de imagen y tomando decisiones para el futuro del proyecto de llevar una representación a puerta en la que nos embarca el estado actual de la comunicación.
La ICONOGRAFÍA puede prestar criterios para análisis y evaluación de imágenes: desde sus fundamentos estético-históricos, por la iconografía social de la imagen móvil, hasta una iconografía estratégica de construcción y transformación social. En un eje temporal arranca del análisis en profundidad, al análisis de lecturas y distintas comunicaciones de imágenes publicadas y compartidas, hasta la dirección del branding y la comunicación de algún tipo de representación social. En el caso del portafolio, la perspectiva iconográfica evalúa la composición y el atractivo de la imagen protagonista en la maqueta presentada; el alcance y la comunicación en torno a las aportaciones más cualificadas; y finalmente, la orientación y coherencia de los contenidos hacia una determinada interacción profesional de algún modo visualizada.
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