Al desaparecer profesiones -y muchos puestos de trabajo en sus formas tradicionales- nos piden: ¡cambia de rutinas, sal del sofá del confort y piensa en futuros a la vuelta de la esquina! Y yo que estudiaba para devolver a la sociedad la educación recibida... ¿No se estará agostando el conservadurismo educativo con la sequía de la crisis sistémica? Si oyes los tuits diarios se predica el evangelio de la reinvención. Con la tecnología parece que ya nada puede hacerse como antes. Vale. ¿Y hacernos a nosotras/os? ¿También se hace en el móvil?
Acercándonos a los diez años de crisis, son menos conspiraciones y más ideas fundadas la situación climática y energética, el disparo de deudas soberanas y un futuro con decrecimiento económico y laboral. Si hay que reinventarse, no valen ni modas de ayer ni principios modernos de toda la vida.
El lastre de las marcas sobre la identidad personal ¿En cuánto te sale el "porque yo lo valgo"?
Interesante el último libro de Victor Lenore (2014), donde nos tacha a los baby-boomers de ser la primera generación educada para el consumismo. Que dicho sea de paso, debe alcanzar cotas históricas en nuestros vástagos al considerarnos, a su vez, espartanos y agarrados. Bien. Antes de fijar como culpable o insolidaria a una de las últimas generaciones sociales, abramos el foco sobre los hipsters de Lenore mirando otras coincidencias generacionales en las últimas décadas.
Un individualismo crece hasta su globalización actual desde que la modernidad impuso "la superioridad incuestionable de nuestros propios gustos, evidente por la sencilla razón de que los hemos pagado", frase magistral en el blog de César Rendueles (18 nov 014). Dispara la distinción de Bourdieu como un falso paradeigma. Una especie de totem global que se alza como ejemplo de humanidad para cada generación. En sano ejercicio cartesiano con esta crisis podemos dudar si reinventarnos no nos dejará más chafados al perder el ritmo de estereotipos diseñados para unificar estas últimas generaciones y convertirlas en públicos de maquinarias mediáticas.
Puede que a los babyboomers nos vistieran productos de consumo, tras colarles coches y lavadoras a nuestros padres. Pero más se nos idealizó al currante, ahora en casa tras la emigración de nuestros mayores. Para la generación X, los yuppies se convirtieron en ídolos con más brillo que las estrellas del rock. Lenore ya con los millennials rechaza que la subcultura indie sea original; también ella, como todas las edades sociales anteriores, repite consumo, estética y meritocracia como la serie de características en los modelos humanos de la renqueante modernidad que nos queda.
"Mi propio criterio", ese afán de construirnos desde cada inviolable intimidad, esconde inquilinos incómodos, como las infecciones de modas globales. Se nos notan en las ropas y juegos desde la infancia y la adolescencia, en cada una de las últimas generaciones. No sólo se dirigen a los pudientes usuarios y compradores.
Cuánto más crece la comunicación más lejos puede llegar una imagen universal. Así que el paradeigma apunta y dibuja en el horizonte la sombra de un modelo humano "adecuado a estos tiempos". Desde los medios y tecnologías de masas las instituciones vienen devorando una vanguardia tras otra, como Saturno a sus hijos, con todo tipo de sketches de tendencias. El perfilado funciona cuando retrata mayorías "democraticas". Quizá nos conformamos con ser representados y "mejor parecer del montón".
Pobre y hueca suena la "propia opinión" cuando coincide con el "bien pensar", políticamente correcto, sancionado por las primeras industrias culturales de nuestro entretenimiento (que en ocasiones informan). El totem se pudre al madurar, cuando surgen otras dudas más internas: ¿"seguro que soy de los míos"? La más personal de las marcas es aquella que no se nos marca en el cuerpo como un tatuaje. O sí, porque es el que queremos llevar en adelante. Con la identidad lo que no podemos es salir de una educación caducada a cantos de sirena neurocientíficos entre gurús del coaching. Reinventarse no es conseguir seguir esa moda elitista de alta cultura que sólo unos pocos, la tribu global en definitiva, hemos conseguido alcanzar.
Acercándonos a los diez años de crisis, son menos conspiraciones y más ideas fundadas la situación climática y energética, el disparo de deudas soberanas y un futuro con decrecimiento económico y laboral. Si hay que reinventarse, no valen ni modas de ayer ni principios modernos de toda la vida.
El lastre de las marcas sobre la identidad personal ¿En cuánto te sale el "porque yo lo valgo"?
Interesante el último libro de Victor Lenore (2014), donde nos tacha a los baby-boomers de ser la primera generación educada para el consumismo. Que dicho sea de paso, debe alcanzar cotas históricas en nuestros vástagos al considerarnos, a su vez, espartanos y agarrados. Bien. Antes de fijar como culpable o insolidaria a una de las últimas generaciones sociales, abramos el foco sobre los hipsters de Lenore mirando otras coincidencias generacionales en las últimas décadas.
Un individualismo crece hasta su globalización actual desde que la modernidad impuso "la superioridad incuestionable de nuestros propios gustos, evidente por la sencilla razón de que los hemos pagado", frase magistral en el blog de César Rendueles (18 nov 014). Dispara la distinción de Bourdieu como un falso paradeigma. Una especie de totem global que se alza como ejemplo de humanidad para cada generación. En sano ejercicio cartesiano con esta crisis podemos dudar si reinventarnos no nos dejará más chafados al perder el ritmo de estereotipos diseñados para unificar estas últimas generaciones y convertirlas en públicos de maquinarias mediáticas.
Puede que a los babyboomers nos vistieran productos de consumo, tras colarles coches y lavadoras a nuestros padres. Pero más se nos idealizó al currante, ahora en casa tras la emigración de nuestros mayores. Para la generación X, los yuppies se convirtieron en ídolos con más brillo que las estrellas del rock. Lenore ya con los millennials rechaza que la subcultura indie sea original; también ella, como todas las edades sociales anteriores, repite consumo, estética y meritocracia como la serie de características en los modelos humanos de la renqueante modernidad que nos queda.
"Mi propio criterio", ese afán de construirnos desde cada inviolable intimidad, esconde inquilinos incómodos, como las infecciones de modas globales. Se nos notan en las ropas y juegos desde la infancia y la adolescencia, en cada una de las últimas generaciones. No sólo se dirigen a los pudientes usuarios y compradores.
Cuánto más crece la comunicación más lejos puede llegar una imagen universal. Así que el paradeigma apunta y dibuja en el horizonte la sombra de un modelo humano "adecuado a estos tiempos". Desde los medios y tecnologías de masas las instituciones vienen devorando una vanguardia tras otra, como Saturno a sus hijos, con todo tipo de sketches de tendencias. El perfilado funciona cuando retrata mayorías "democraticas". Quizá nos conformamos con ser representados y "mejor parecer del montón".
Pobre y hueca suena la "propia opinión" cuando coincide con el "bien pensar", políticamente correcto, sancionado por las primeras industrias culturales de nuestro entretenimiento (que en ocasiones informan). El totem se pudre al madurar, cuando surgen otras dudas más internas: ¿"seguro que soy de los míos"? La más personal de las marcas es aquella que no se nos marca en el cuerpo como un tatuaje. O sí, porque es el que queremos llevar en adelante. Con la identidad lo que no podemos es salir de una educación caducada a cantos de sirena neurocientíficos entre gurús del coaching. Reinventarse no es conseguir seguir esa moda elitista de alta cultura que sólo unos pocos, la tribu global en definitiva, hemos conseguido alcanzar.
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