En la búsqueda de fundamentos, sobre todo en publicaciones docentes (a veces catalogadas como investigación) se recurre sin ambajes a lo que establece una academia nacional. Parece una buena base, referirse al sentido común, a lo que la gente dice, tal como ellos lo llaman. Estas enciclopedias con los vocablos de uso de los hablantes y escribientes de un idioma tienen como vecino incómodo a los creadores de definiciones con éxito en la Red.
En los posts anteriores, cité las definiciones en torno a la información y el documento que seleccionó El Documentalista Enredado del Diiccionario de la Real Academia Española.
Como me parecía "poco enredado", sugiero un uso bastante común: recuperar definiciones más usadas en Internet (con un ejemplo de Google).
Comprendo y me parece que la docencia y la ciencia no quieran separarse del habla de la calle. Al menos que partan, y sobre todo que vuelvan a ella. Pero estos vocabularios de uso, como referencia pueden no ser suficientes para levantar una explicación, y quizá menos, una investigación. Los vocabularios o glosarios teóricos o de referencia y los vocabularios o jergas profesionales son algo más que un espacio complementario. Por muy acostumbrados que estemos al recurso de los diccionarios.
Por otra parte, es lógico que la innovación terminológica sea menos -, o aún poco -, usada. El criterio de uso debería someterse a criterios de explicación y de reflexión en sus usos docentes y explicativos. Un "irregular palabro", bien vale unos segundos de tiempo o unas líneas si nos abre a lo menos conocido y permite seguir construyendo.
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