Nacionalidades pareció una denominación entendible, para referirse a esas partes del Estado que sostienen y promueven una cultura propia, si se quiere periférica de la nación "metropolitana".
Este verano me cayó en las manos Nacionalidades históricas y regiones sin historia, a propósito de la obsesión ruritana, del prof. Roberto Blanco Valdés, constitucionalista y acerado columnista de La Voz de Galicia. El libro es bueno, pero yo no lo he acabado. Publicado en 2005, cada día me parece más actual.
Escrito desde la pulcritud y la corrección de quien tiene experiencia en lenguaje administrativo, analiza el hecho político y legal que diferencia unas nacionalidades de otras; si se quiere, las cuasi-naciones españolas dentro de la Constitución.
Remmontarse a los orígenes político-legales tiene la ventaja de que uno no encara de frente la naturaleza de la diferencia cultural. O al menos, resuelve parte de esa entidad nacional en el acuerdo y la formulación de unas leyes que las partes central y periféricas aceptaron como modelo de convivencia y proyecto de futuro.
El texto repite la tesis clásica de que la nación es un constructo del imaginario colectivo, cuando menos desde que los románticos empezaron a hablar del espíritu de un pueblo. Recuerdo ahora que un repaso del libro a los orígenes y los primeros desarrollos de la Constitución de 1978 previeron dos vías para la autonomía de las comunidades en España. A la postre la vía excepcional, que se reservaba para las comunidades con más fuerte expresión de su sentimiento nacional, terminó siendo la vía por la que el resto de comunidades (no recuerdo si las ciudades autónomas) alcanzaron su Estatuto de Autonomía.
Si no he entendido mal a Blanco Valdés, el espíritu y el discurso de los partidos nacionalistas, que gobiernan en las comunidades históricas, y en alguna que otra más, es de un estilo contrario a los acuerdos constitucionales y posteriores. Busca la diferencia para conservar y crear la propia identidad. Desde el discurso del despoje o de la opresión, más difíciles de demostrar que de afirmar, se puede romper un modelo de federalismo, el Estado de las Autonomías, original, bastante equitativo y funcional. El posible recambio puede ser un confederalismo o una independencia, y deberían superar la fase inicial de proclama o de imagen glamourosa, para que justifique sustituir el Estado de Derecho actual, con todas sus limitaciones, por la ley de los más fuertes en negociaciones nacionales bilaterales.
La reseña de Francesc de Carreras, titulada Roberto L. Blanco Valdés, Nacionalidades históricas y regiones sin historia publicada por Revista de Libros nº 112 , Abril 2006 y en línea en Revistas Culturales detalla mejor los contenidos del libro.
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