Por Jacinto Choza, Universidad de Sevilla, Sevilla, 22 de octubre de 2008
Era uno de los días de máxima turbulencia financiera mundial, cuando mi buena amiga me preguntó.
- Y vosotros, los liberales, ¿qué decís, ahora que el mercado se ve impotente para resolver sus problemas y tiene que recurrir al estado?
- Pues nosotros, los liberales, decimos que nunca el mercado se ha considerado tan importante y tan clave para todo el mundo como ahora, que nunca ha tenido tanto apoyo como ahora y que nunca su fracaso se ha visto tan amenazador para todos como ahora.
Verás, lo más importante para cualquier sociedad es que haya riqueza. Hay riqueza si se crean sistemas de producción de bienes y servicios útiles a todos porque generan beneficios para todos. Los que crean y gestionan esos sistemas productores de riquezas (denominados frecuentemente empresas), se llaman y son los ricos, y se llaman así por ser los que se más se benefician de ellos. Pero también se benefician de ellos todos los que no son ricos, incluidos los que son pobres. Los menos ricos y los pobres son los que se benefician en menor medida de esos sistemas que crean y gestionan los ricos.
Si la riqueza desaparece, desaparece el beneficio de los ricos, sea mucho o poco, sea justa o injustamente obtenido. Pero también desaparece el beneficio de los menos ricos y de los pobres, a saber, los salarios grandes o pequeños que obtienen de las empresas en que trabajan, y los préstamos que pueden conseguir de los ricos vendiendo su futuro. Las empresas que gestionan los beneficios de los ricos (generalmente bancos y otras entidades financieras) les venden a los no ricos su futuro, y gracias a eso, los no ricos y los pobres se pueden comprar en el presente casas y otros bienes (lo que también se denomina hipoteca).
Si los ricos se quedan sin beneficio presente, los no ricos y los pobres se quedan sin futuro que vender, y entonces pueden perder su casa en el presente. Podrían incluso quedarse sin salario, y entonces se sumergirían en la miseria. No vale decir que el estado paga los subsidios de desempleo porque los fondos para pagar ese subsidio provienen también de los beneficios de los ricos, pues, desde el punto de vista de la economía global, el estado es un empresario más. El estado, o bien es rico de suyo porque el país tiene yacimientos de petróleo que son de su propiedad, y saca beneficios de esa empresa, o bien es rico porque el país tiene muchos empresarios y muchos asalariados de los que obtiene beneficios mediante los impuestos. Desde cualquier punto de vista que se mire, lo importante para un país es que haya riqueza, y, por tanto, que haya ricos (entre los que se cuenta el estado).
El problema que se plantea en octubre de 2008 con la quiebra de algunos bancos y entidades financieras, es que semejante quiebra se produce porque han vendido su producto (el dinero) a gente que no se lo podía pagar, y porque, a resultas de eso, los sistemas de creación de riqueza se han visto reducidos a sistemas de destrucción de riqueza.
El recurso al estado tiene entonces el sentido de invocar a un poder que de algún modo podría reparar esa destrucción por el procedimiento de volver a donar a esos sistemas estropeados su normal prestancia y funcionamiento. Volver a donar también se puede decir per-donar.
El perdón, en buena práctica religiosa, acontece si hay examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor, y cumplir la penitencia. Los cuatro primeros pasos se han dado en las cámaras americanas y europeas. Y el quinto se dará si las empresas financieras americanas y europeas lo cumplen, es decir, si prometen y cumplen lo de no asumir riesgos que pongan en peligro irreversiblemente la riqueza de todos.
¿Qué motivos hay para perdonar a los ricos y devolverles sus riquezas, cuando ellos son los causantes del desastre? Pues que esas riquezas que ellos gestionan son de todos, y que en una situación de ruina absoluta, los ricos (incluido el estado) pierden simplemente sus riquezas, sus ahorros, sus beneficios, pero los pobres pierden lo imprescindible para su vida, o sea, su trabajo y sus casas.
¿Y no se puede hacer que los pobres tengan sus trabajos y sus casas sin que los ricos tengan sus beneficios? No, porque los pobres obtienen su salario de la riqueza, y la riqueza es lo que hacen los ricos (incluido el estado, si es que de hecho consigue riqueza). A lo largo del siglo XX se puso de manifiesto que la sociedad civil es mucho más poderosa que el estado a la hora de generar riqueza, y a finales del siglo XX se puso de relieve que el grado de riqueza requerido por las sociedades más complejas para mantenerse y desarrollarse (incluido mantener y desarrollar un medio ambiente cada vez mejor), era algo que solamente la sociedad civil libre podía generar, y que la misión del estado era ayudarle en eso.
La crisis financiera de finales del 2008, si algo pone de relieve, es que lo mejor para la sociedad y para el estado es que el estado ayude a la sociedad civil a generar riqueza, o lo que es lo mismo, a que funcione bien el mercado libre. Lo que pone de relieve el proyecto de rescate del capital, de llevarlo a las UCI, es que la sociedad necesita por encima de todo el buen funcionamiento de las entidades financieras, el desenvolvimiento normal del capital, el libre mercado, si no se quiere naufragar en la ruina. Eso es lo que pretenden los estados europeos, y lo que pretende el estado americano.
Eso es lo que hicieron los estados americanos y europeos en los años 30, y lo que formuló teóricamente John Maynard Keynes en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, de 1935, en la cual el autor se confesaba como un liberal convencido. La intervención del estado se requiere para corregir los desperfectos del mercado, no para anularlo, y un buen ejemplo de ello lo constituye el caso de España.
En efecto, en el caso de España el estado no ha tenido que intervenir rescatando ningún banco porque el sistema financiero español, y el mercado financiero, han funcionado bien. Se puede señalar, a favor de Keynes, que ha funcionado bien porque, como decía un ex-directivo de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, en los años 60 y 70 Navarro Rubio re-estructuró y modernizó la banca española. Pero también se puede añadir, de nuevo en favor del liberalismo, que lo que hizo Navarro Rubio fue diseñar el sistema para evitar desperfectos como los actuales, es decir, algo parecido a lo que ahora tendrán que hacer en parte los bancos europeos y americanos.
Si en algo sobresalía históricamente el banco de Inglaterra sobre todos los demás bancos continentales, es en que mantuvo siempre a salvo su solvencia porque fue el único banco que jamás prestó dinero a la corona (británica) cuando sabía que no lo podía devolver. Y por eso no quebró nunca, cosa que sí les ocurrió a los bancos continentales más de una vez.
La crisis financiera de finales del 2008 se puede explicar por una comportamiento antinatural (antinatural en términos de mercado) de las entidades financieras, que han actuado en forma contraria a la famosa sentencia de Adam Smith: “no espera uno procurarse el alimento de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino de la atenta consideración de su propio interés”( Adam Smith, La riqueza de las Naciones, I.ii.2. ).
Si se presta dinero a los reyes, o a los pobres, de forma que lo puedan devolver, el banco sigue “la atenta consideración de su propio interés”, que es mantenerse existiendo como entidad financiera, y como fuente de beneficios para los ciudadanos bajo determinadas condiciones. Si se presta dinero a los reyes, o a los pobres, cuando no lo van a poder devolver, se actúa en contra del propio interés, que es mantenerse existiendo como ente financiero, pues si no se puede recuperar lo prestado la entidad financiera no puede prestar ni financiar nunca más, y se extingue, como les ha ocurrido ahora a algunas de ellas. La persecución de un beneficio desmesurado mediante un riesgo excesivo puede tener el mismo resultado que el dar la carne, la cerveza o el pan por pura benevolencia, a saber la aniquilación del sistema generador de riqueza. Porque desde el punto de vista de la supervivencia del ente financiero, es irrelevante que la causa de su ruina sea la perversidad de sus gestores, su benevolencia o cualquier otra causa natural o social. La causa es siempre que se permitieron atentados contra el funcionamiento del sistema creador de riqueza, es decir, contra su naturaleza.
La intervención del estado resulta necesaria porque el capital y el mercado funcionan mal. Si pensáramos que funcionan siempre bien y no pudieran darse anomalías como las que comentamos, entonces nos encontraríamos con lo que muy bien podría llamarse un “capitalismo utópico”, con el mismo sentido crítico que tenía y tiene la expresión “socialismo utópico”. Pero los liberales no son los creyentes en el capitalismo utópico. Saben que hay anomalías. Unas vienen dadas por la ambición y el egoísmo de los hombres, otras por acontecimientos climáticos, otras por descubrimientos científicos y tecnológicos, otros por el aumento demográfico y el incremento de la complejidad social. Por eso el estado tiene que estar atento, y los empresarios también. Porque hay que rescatar el capital en muchas ocasiones, y hay que velar por la libertad siempre.
En el presente caso el rescate tropieza con un problema moral y con un prejuicio cultural. El problema moral es que resulta repugnante rescatar a los culpables de los desastres antes que a sus víctimas. El prejuicio cultural es la suposición de que todos los hombres son iguales en línea de principios y “por tanto” también lo son en el plano empírico. Por tanto, la desigualdad entre ricos y pobres en el plano empírico sólo puede deberse a que los ricos son los que le han quitado a los pobres lo que era suyo. Por tanto, la justicia que restaura la igualdad tiene que apuntar al objetivo supremo de que no haya ricos, de hacerlos desaparecer.
De algún modo, este podía ser el punto de vista de cierto socialismo y de cierta izquierda, provocado por la síntesis entre el principio moral de que todos los hombres son iguales en el plano metafísico y de que la justicia es realizar esa igualdad, y el prejuicio cultural de que todos los hombres son iguales en el plano empírico y necesitan serlo para ser hombres. Este punto de vista, con toda la nobleza moral que frecuentemente lleva consigo, implica también una insuperable ceguera a cerca de la naturaleza de la riqueza, de sus condiciones de creación y de sus modos de expansión. Ceguera que, en virtud de su nobleza moral (frecuentemente mezclada con el resentimiento, el afán de seguridad, la comodidad, etc.), inclina a explicar la generación y expansión de la riqueza simplemente como formas de la maldad humana, del egoísmo, la avaricia, etc.
Pero la riqueza, a pesar de todas las perversiones que puede generar y propiciar, como también las generan y propician el poder, la fama, la belleza, o el conocimiento científico y técnico, tiene una naturaleza propia, una forma de generarse y de difundirse propia, vinculada a la libertad, a la capacidad de riesgo, a la creatividad, a la capacidad de trabajo, a la disciplina, etc., que se dan siempre mezcladas con la ambición, la avaricia, el egoísmo, etc. Y en su desarrollo propio, tal y como los liberales lo comprenden, su meta no es que no haya ricos, sino que no haya pobres.
También el poder y la fama y la ciencia generan y propician perversiones y desigualdades, aunque no generan escándalo moral porque no se da la aspiración moral ni el prejuicio cultural de postular la igualdad empírica de todos los hombres en relación con esos valores. Hay políticos, y artistas famosos, y científicos reconocidos, que llevados igualmente por su egoísmo, avaricia, ambición o vanidad, han causado daños, y también la sociedad, con o sin la mediación del estado, ha tenido que acudir en rescate del poder, del arte o de la ciencia. Y lo ha hecho sin negarle a esos productos y actividades humanas su legitimidad, perdonando una y otra vez a sus autores, recogiendo los mejores frutos de sus actividades, y tomando medidas para evitar los males. Eso es lo que esperan la sociedad europea y americana que hagan sus estados con sus entidades financieras. Porque la riqueza, aunque es algo que beneficia sobre todo a los ricos, es algo que resulta imprescindible sobre todo para los pobres.
Jacinto Choza
Facultad de Filosofía, Universidad de Sevilla,