Las ceremonias trascienden los límites del individuo y resuenan más allá del reino de lo humano. Son actos de respeto poderosamente pragmáticos. Actos que magnifican la vida.
En muchas comunidades indígenas, el tiempo y la historia pueden haber descosido los dobladillos y los bordados de los ropajes ceremoniales, pero la tela no ha perdido su fuerza. En la sociedad hegemónica, sin embargo, todas las ceremonias parecen haberse evaporado. Supongo que hay muchos motivos que lo explican: el ritmo frenético de la vida, la disolución de la comunidad, la idea de que las ceremonias son artefactos creados por religiones organizadas e impuestos sobre los participantes, y no celebraciones elegidas libre y felizmente.
Las ceremonias que la sociedad occidental sigue llevando a cabo -- los cumpleaños, las bodas, los funerales -- se centran únicamente en el individuo, en la conmemoración de ritos de transición personal. Puede que la más comunal de todas sea la graduación del instituto. A mí me encanta.Vemos a todos los miembros de la comunidad vestirse de gala, una noche de junio, para asistir al auditorio, tengan un hijo en el instituto o no. Las emociones compartidas producen una sensación de vínculo comunal. Un sentimiento de orgullo ante los jóvenes que cruzan el escenario. De alivio por algunos de ellos. Una buena dosis de nostalgia y recuerdos. Conmemoramos a esos hermosos jóvenes que han enriquecido nuestras vidas; reconocemos el duro trabajo realizado y los logros conseguidos contra todo pronóstico. Les decimos que depositamos en ellos nuestras esperanzas para el futuro. Les animamos a salir al mundo y pedimos que vuelvan sanos y salvos. Les aplaudimos. Ellos nos aplauden. Todo el mundo derrama alguna lágrima. Y entonces comienzan los festejos.
ROBIN WALL KIMMERER, 2021, pag 288. Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Madrid: Capitán Swing.
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