Las redes sociales aportan conversación pública. Se nota en campaña electoral. La iconografía de las televisiones principales y de los grandes partidos políticos ya no puede controlar tanto la conversación pública. En el mismo visionado del debate se estaba expandiendo hacia interpretaciones no dirigidas, hablaban muy diferentes iconologías de una misma retransmisión.
Un debate entre candidatos a presidente se define como un diálogo entre visiones del mundo. Luego no es para tanto. Se discute mucho, se nota que algunos discursos se comparten en la mente de todos los candidatos. El contexto y telón de fondo de un debate electoral dice algo como que las cosas tienen que ser así. Que la modernidad y la civilización que nos hemos dado sólo se diferencia en la carga de impuestos que nos van a imponer. Unos mucho por cómo está la economía y otros sólo bastante porque tampoco vamos a salirnos del sistema.
Se comparten discursos globales, como el económico, y silencios globales como las gran crisis de refugiados y medioambiental que empeoran. Si realmente coincidimos en que el planeta está en peligro ¿porqué debemos repetir costumbres tóxicas?
Además del macroeconómico, otros contextos se suelen considerar objetivos o fijos en este tipo de discursos: el institucional y el del cambio. En los debates unos se van y otros renuevan el sistema. En la casi una década de crisis está más que justificada la duda sobre la salud de nuestras instituciones. Como machotas y supervivientes están ahí las pensiones, el servicio de salud, la educación... Si los del discurso del cambio tuvieran proyectos tendríamos que ver cómo anticipan sus proyectos, si empezamos a compartir los símbolos que nos proponen. Proponer lo nuevo cuesta bastante más en un debate que defender la experiencia y haber hecho lo correcto. Por lo menos hay que intentar emocionar, abrir un poco los sentimientos para entre alguna luz de las posibilidades para las que cuentan con nosotros.
Las redes sociales han concretado tanta imprecisión, y se han cebado en los comprensibles errores. Completan los silencios y las ausencia menos justificadas. Detallan el buenismo en sus consecuencias para la vida de los barrios, de los ciudadanos de calle. No hay turnos tasados de palabra. Y la muchachada aprovecha hasta la última gota de imaginación memética. La sonrisa llega a carcajada en el acto sublime de recepción electoral televisada. A veces con pocos minutos de diferencia el arte del cartel y del vine llegan a contesta lo que la periodista no pregunta y el candidato calla. Conocemos la interpretación. Y como buenos críticos sabemos cuando es falsete y cuando no llega al Do prometido.
Un debate entre candidatos a presidente se define como un diálogo entre visiones del mundo. Luego no es para tanto. Se discute mucho, se nota que algunos discursos se comparten en la mente de todos los candidatos. El contexto y telón de fondo de un debate electoral dice algo como que las cosas tienen que ser así. Que la modernidad y la civilización que nos hemos dado sólo se diferencia en la carga de impuestos que nos van a imponer. Unos mucho por cómo está la economía y otros sólo bastante porque tampoco vamos a salirnos del sistema.
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Además del macroeconómico, otros contextos se suelen considerar objetivos o fijos en este tipo de discursos: el institucional y el del cambio. En los debates unos se van y otros renuevan el sistema. En la casi una década de crisis está más que justificada la duda sobre la salud de nuestras instituciones. Como machotas y supervivientes están ahí las pensiones, el servicio de salud, la educación... Si los del discurso del cambio tuvieran proyectos tendríamos que ver cómo anticipan sus proyectos, si empezamos a compartir los símbolos que nos proponen. Proponer lo nuevo cuesta bastante más en un debate que defender la experiencia y haber hecho lo correcto. Por lo menos hay que intentar emocionar, abrir un poco los sentimientos para entre alguna luz de las posibilidades para las que cuentan con nosotros.
Las redes sociales han concretado tanta imprecisión, y se han cebado en los comprensibles errores. Completan los silencios y las ausencia menos justificadas. Detallan el buenismo en sus consecuencias para la vida de los barrios, de los ciudadanos de calle. No hay turnos tasados de palabra. Y la muchachada aprovecha hasta la última gota de imaginación memética. La sonrisa llega a carcajada en el acto sublime de recepción electoral televisada. A veces con pocos minutos de diferencia el arte del cartel y del vine llegan a contesta lo que la periodista no pregunta y el candidato calla. Conocemos la interpretación. Y como buenos críticos sabemos cuando es falsete y cuando no llega al Do prometido.
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