Actualizo: (por delante) finalmente publicado en Revista Cibod c'Afers Internationals, num 82-83).
Mundo mediático y mundo real.
Jacinto Choza. Universidad de Sevilla.
1.- El mito de Narciso. La alienación en la escritura. 2.- Don Quijote. La alienación en las novelas. 3.- Pirandello. La alienación en los media y la autonomía del personaje. 4.- Estudio de la película "Héroe por accidente".5.- Fama, representación y autenticidad.
La historia de la representación del hombre se puede dividir en cuatro etapas, y se puede estudiar en función de obras literarias que se han hecho cargo de las diferentes situaciones y de los riesgos propios de cada una de ellas. La primera etapa corresponde a la invención de la escritura, y se puede analizar mediante el mito de Narciso de la Metamorfosis de Ovidio. La segunda corresponde al nacimiento de la imprenta, y puede estudiarse a través del Quijote. La tercera corresponde al nacimiento de la fotografía, la radio y el cine, y puede analizarse a través de la obra de Pirandello. La cuarta corresponde al nacimiento de la televisión, y puede examinarse a través de la película Héroe por accidente, entre otras.
El fenómeno de la alienación del hombre en su representación ha sido analizado ampliamente por los filósofos, pero en la época de la hegemonía de los media hacen falta nuevos análisis para una adecuada comprensión de una serie de nuevos problemas del ser humano en su tarea de auto-realización.
1.- El mito de Narciso. La alienación en la escritura1.
La conciencia, en la cultura occidental, adopta una forma determinada por el esquema sujeto-objeto, y alcanza su estatuto emblemático en la figura de Narciso. Ulises y Narciso pueden verse como sus prototipos, como la existencia que se realiza en el relato y que tiene una estructura narrativa, en el caso de Ulises, y como la existencia que se destruye en la representación, en el caso de Narciso.
Narciso fue engendrado por el río Cefiso en la ninfa Liriope, y cuando nació era tal su hermosura que todas las ninfas quedaron prendadas de él. Su madre acudió al adivino Tiresias para saber el destino del niño y si viviría mucho tiempo. "Vivirá mucho si él no se ve a sí mismo"2.
Se convirtió en un efebo al que todas las mujeres y todos los hombres deseaban ardientemente, y a quienes él rechazaba con implacable desdén. La ninfa que más le amó y la única que llegó a encontrarse con él fue Eco. Eco era de tal belleza, tan alegre y tan locuaz, que cautivó a Zeus.
Juno se irritó tanto por el adulterio que le impuso como castigo "no poder nunca más hablar por completo; su boca no pronunciaría sino las últimas sílabas de aquello que quisiera expresar", es decir, su palabra no sería a partir de entonces imposición de un nombre, toma de posesión, ejercicio de poder; sería repetición parcial y reflejo impreciso, fragmento y resto arqueológico, sería palabra impotente .
Cuando se enamoró de Narciso sintió la necesidad de expresarle su pasión, pero las palabras le faltaban. En una ocasión en que Narciso se despistó de sus acompañantes y les buscaba, Eco se acercó sin que él le viera. "¿Quién está ahí?' Eco repite las últimas palabras: '...está ahí'. Maravillado queda Narciso de esta voz dulcísima de quien no ve. Vuelve a gritar: ¿dónde estás?' Eco repite '...de estás'. Narciso remira, se pasma. ¿Por qué me huyes?' Eco repite '...me huyes'. Y Narciso:'(juntémonos!' Y Eco: '...juntémonos'. Por fin se encuentran. Eco abraza al ya desilusionado mancebo. Y éste dice terriblemente frío: 'no pensarás que yo te amo...' Y Eco repite, acongojada: '...yo te amo'. ¡Permitan los dioses soberanos -grita él- que antes la muerte me deshaga que tú goces de mí!' Y Eco: '...que tú goces de mí!
Desesperada completamente, Eco invocó a Némesis "diosa de la venganza, y, a veces, de la justicia" con un ruego: "Ojalá cuando él ame como yo amo, se desespere como me desespero yo". Némesis escuchó a la ninfa, y un día que Narciso se acercó a beber a una fuente que nunca había sido hollada por ningún animal, Cupido le clavó por la espalda su flecha. "Insensatamente creyó que aquél rostro hermosísimo que contemplaba era el de un ser real ajeno a sí mismo".
Entonces una especie de voz interior le reprochó, "¿Insensato, cómo te has enamorado de un vano fantasma? Tu pasión es una quimera. Retírate de esa fuente y verás cómo la imagen desaparece. Y, sin embargo, contigo está, contigo ha venido, se va contigo,...(y no la poseerás nunca!".
Narciso recibe el reproche y rompe en desesperación ante su desventura: "Yo veo al objeto de mi pasión y no le puedo encontrar. No me separan de él ni los mares enormes, ni los senderos inaccesibles, ni las montañas, ni los bosques. El agua de una fontana me lo presenta consumido del mismo deseo que a mí me consume/.../ Pero... ¿si me amáis, por qué os sirvo de burla? Os tiendo mis brazos y me tendéis los vuestros. Os acerco mi boca y vuestros labios se me ofrecen. ¿Por qué permanecer más tiempo en error? Debe ser mi propia imagen la que me engaña. Me amo a mí mismo. Atizo el mismo fuego que me devora. ¿Qué será mejor: pedir o que me pidan? ¡Desdichado yo que no puedo separarme de mí mismo! A mí me pueden amar otros, pero yo no me puedo amar.../.../ Mas no ha de aterrarme la muerte liberadora de todos mis tormentos. Moriría triste si hubiera de sobrevivirme el objeto de mi pasión. Pero bien entiendo que vamos a perder dos almas una sola vida".
Narciso se quedó así, prendado de su imagen, mientras el ardor le consumía poco a poco, hasta que, al cabo de unos minutos, no quedaba al borde de las aguas sino una espléndida rosa que seguía contemplándose en el claro espejo. Antes de cumplirse la transformación pudo exclamar '¡Objeto vanamente amado... adiós...!', y Eco: '(adiós!', cayendo enseguida sobre el césped, rota de amor. Las náyades, sus hermanas, le lloraron amargamente mesándose las doradas cabelleras. Las dríadas dejaron romperse en el aire sus lamentaciones. Pues bien, a los llantos y a las lamentaciones contestaba Eco... cuyo cuerpo no se pudo encontrar. Y sin embargo, por montes y valles, en todas las partes del mundo, aún responde Eco a las últimas sílabas de toda la patética humana".
Narciso queda cautivado por la voz de Eco, que refleja las últimas palabras de él, pero cuando se encuentra con la imagen de ella la rechaza. Sólo cuando se encuentra con la imagen de él mismo, en el instante en que recibe por la espalda el flechazo de Cupido, se enamora. Ciertamente se enamora de su imagen sin advertirlo, y luego al ver reflejados unos movimientos que él hace, cae en la cuenta. "Debe ser mi propia imagen la que me engaña. Me amo a mí mismo". Pero su imagen es igualmente un eco de su figura, es decir, una máscara de sí mismo, una marca visual que lo repite parcial e irrealmente, un reflejo sin vida y sin calor, es decir, una imagen impotente que existe sólo en el plano de la representación.
El ser representado, ha sustituido finalmente al ser real. A partir de ahora, en la historia de la cultura del occidente, no cesará la suplantación y la pugna del ser real y el ser intencional.
Pero amarse a sí mismo es precisamente lo que Narciso no consigue hacer: sólo ama a su imagen pero no a sí mismo. De sí mismo no ama más que el reflejo y no tiene más que una especulación vacía. También los sentimientos que se le despiertan son reflejo de los que él despertó en Eco. Quiere unirse con su representación, fundirse con el objeto de su amor, que es él mismo en tanto que objeto, y al convertirse en objeto pierde la única vida que tenía, las dos almas pierden una sola vida, la del sí mismo. Queda solo un esquema, una figura, una apariencia sin realidad, pues la realidad viva ha sido succionada en una especie de vampirismo de la presencia intencional. Las marcas visuales y las marcas sonoras se han disociado de lo real y son meramente marcas de nada, mero ser intencional.
Narciso no quería ser sí mismo, quería ser su imagen, ser objetividad. Quería agotar toda su energía en acoger y sostener la imagen, ser objeto, y, por otra parte, quizá quería ser absolutamente objetivo, que es la pretensión de reflejar las cosas según las formalizaciones que tienen de suyo.
Rechaza a otra persona, desprecia el sí mismo real de Eco y la máscara acústica de ella, y queda recluido en su mera apariencia visual y enajenado igualmente de sí mismo. Queda castigado a ver su reflejo, a ser escenario, en el que representa el drama de consumir y anular su sí mismo en sólo uno de sus lados, en su imagen.
Eco también queda convertida en reflejo de ese consumirse y de esa anulación de la imagen, en reflejo meramente sonoro y sin cuerpo, primero por causa de Zeus, y después por causa de Narciso. La muerte de Eco es la muerte de los cuerpos reales y el comienzo de las metamorfosis. Así termina la escena y cae el telón.
Conócete a ti mismo, asómate y mira cómo eres ¿Qué sabes de ti mismo? Averígualo. Exprésalo. ¿Estás satisfecho de tu apariencia?, ¿te basta con eso o deseas algo más? Para una criatura humana, para alguien que es subjetividad, ser significa, por una lado, densidad y substancialidad, y, por otro, superficialidad y apariencia. Lo que no se muestra y lo que se muestra, el principio del que todo brota, el autor, y la manifestación que los otros perciben, el papel, el personaje. Lo que se muestra, aparece con varias formas pero solamente para quien puede captarlo, percibirlo.
Cuando alguien capta y percibe mi apariencia, normalmente hace o dice algo en relación con ella, y la refleja de modo tal que yo puedo captarla. Entonces mi autoconciencia es conciencia de mi substancialidad por una parte "de lo que está debajo, de lo sub-stante, del "fondo vital", "ello", "yo radical", "lo dionisíaco" o como se le quiera llamar según el aspecto que se enfoque), y conciencia de mi apariencia, de mi puesta en escena, por otra ( de mis actuaciones, de mi pasado, de lo que ya he sido, de la esencia, "lo apolíneo", "conciencia moral", "super-ego", "otro generalizado", etc.).
Las formas en que pueden relacionarse mi ser y mi aparecer, y mi conciencia de ambas realidades, son muy variadas y complejas. Narciso parece tener un ansia similar a la de Edipo. También quiere conocerse y poseerse plenamente a sí mismo, pero no en las raíces de su ser, sino en la pantalla de su apariencia.
Eso era todo lo que quería y no quería nada más que eso. Si era más que eso, el excedente quedó cancelado, él lo yuguló. No quiso y no pudo ser más que lo que conocía, lo que reconocía, lo que se mostraba radiante de hermosura. Su historia es la historia de unas disociaciones entre substancia y conciencia, entre apariencia y realidad, y de las apariencias y signaturas entre sí. Una historia que desde entonces es recurrente en nuestra cultura, desde Ovidio hasta Cervantes, Pirandello y Borges.
Edipo se saca los ojos para no verse, para no aparecer ante sí con la mirada de los otros, para que el origen que hay que venerar con piedad no se muestre en el terror de los que le miran. Narciso no puede ya saber qué es el origen ni lo original porque las metamorfosis apenas dejan rastro del orden secuencial. Edipo se queda ciego y con eso preserva la referencia de las marcas visuales a la realidad. Narciso, que se vacía por completo en su mirada, pierde esa referencia.
El mito de Narciso es greco-romano y occidental, característico de una sociedad compleja en la que el individuo y el individualismo ya han iniciado su carrera.
El mundo greco-romano ha alcanzado una complejidad que genera una interioridad igualmente compleja, completamente insospechada no sólo entre los sapiens del paleolítico y las diversas razas del neolítico, sino incluso entre los héroes homéricos.
El plano de la representación abstracta ha generado una escisión entre realidad y objetividad que afecta a los grupos humanos y al modo en que ellos se entienden a sí mismos, una escisión que afecta a la autoconciencia humana. A partir de entonces la subjetividad escindida se despliega según múltiples registros.
1 El presente análisis estás tomado de J. Choza, Antropología filosófica. Las representaciones del sí mismo, Biblioteca Nueva, Madrid, 2000, cap. 3.
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