Entre las teorías de los medios de comunicación de masas aparece, no siempre, una definición de radio. Como los demás medios se trata como una industria más, portavoz y motor animador del mercado (para el comercio musical has sido casi todo su mundo).
Hoy cambian las industrias y es posible que la radio se muera.
No porque sus "productos", estrellas y canciones no estén más vivos que nunca. Pero cortaron el cordón hertziano y ahora viven en mp3, mp4 y los que vengan. Con tanta salud que hasta resucitan un cierto mercado de sentimentales empujando pequeñas vueltas al vinilo y, sobre todo, encumbrando hasta la más alta gloria el directo, local o mundial, como zumo de lo auténtico.
En las definiciones de los medios que se preguntaron qué era la radio vemos cómo apuntan efectos interpersonales, subjetivos o incluso culturales (Kaplún o Susana Herrera). Más a la hora de la verdad la radio no ofrece una oferta ni diferenciada ni abierta (Cebrián, Martínez Costa), cuando ya sus sucesores se mueven con experiencia por esos vericuetos desde el intercambio, la descarga o los micropagos (E. Menduni). Se ajustarán los modelos de negocio, se harán viables varios niveles y formas. No creo que sea un sustituto de lo que fue la radio.
Por eso me gusta volver sobre sentidos pasados. No me parece que estemos recuperando algo que teníamos. Y si es distinto porqué llamarlo radio. La necesidad de mantenernos a caballo de nuevos mundos nos hace conservar nombres cuando no queda casi nada de su viejo significado. Pero es que no queda mucho más entero el público, la organización o el medio. Sin pasarse, de acuerdo, que abusar de neologismos marea lo mismo que hablar con viejas palabras que se han redefinido.
Mientras escribo esto escucho a Billy Holliday, sin registro, pago, ni similar. Y lo oigo aquí como podía escucharla en otros sitios (mientras escribía la misma nota en otros blog)
No hay comentarios:
Publicar un comentario