1.- El mito de Narciso. La alienación en la escritura.
2.- Don Quijote. La alienación en las novelas.
3.- Pirandello. La alienación en los media y la autonomía del personaje.
4.- Estudio de la película "Héroe por accidente".
5.- Fama, representación y autenticidad.
La realidad puede tener el valor de lo doloroso o lo gratificante, el de lo cierto y lo dudoso. Pero esa plasticidad de lo real, que en determinada perspectiva puede vivenciarse como nihilismo trágico, ofrece otras posibilidades desde el punto de vista de algunas personalidades tan coetáneas a nosotros como lo son don Quijote y Sancho.
El mundo en el que vivimos los occidentales del siglo XXI, no es un mundo menos diseñado por novelistas que el de don Quijote. Está más diseñado, y además, por un tipo de sabios que encantan y desencantan manadas de carneros y molinos de viento, que a cada poco nos dicen que esa materia que creíamos inerte y mecánica, en realidad vive y piensa, que las máquinas son más listas y mejores que nosotros, y que nuestra mente, que nosotros creíamos autónoma y libre, en realidad está programada por las leyes de la mecánica y por las leyes de la evolución. Esos son los expertos en ciencias, los científicos, los conoceros de lo verdadero y lo falso. Pero además están los expertos en humanidades, en letras, los intelectuales, que son los conocedores del bien y del mal, como Dios. Ellos también encantan y desencantan nuestro mundo. Junto a ellos, los artistas, los que fabrican monstruos, hadas, guerreros, mendigos y diosas.
Hay una explicación para dar cuenta de esa actividad de los encantadores, de los científicos, los humanistas y los artistas absolutos. Esa explicación son las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio hasta que la mente solo entiende un tipo de asuntos. Esa explicación son los hábitos mentales, los guiones de puesta en escena para la inteligencia, que una vez aprendidos se automatizan.
Las ciencias son controles de calidad para los procesos de adquisición de conocimiento. El conocimiento es algo de tanto valor, sus controles de calidad son tan fascinantes, y los monopolios sobre ellos tan gratificantes, que casi resulta inevitable creer que el conocimiento que uno tiene y sus controles son los únicos, y que su monopolio le asegura a uno el señorío sobre toda realidad. Casi es inevitable creer que los libros de caballería son los únicos libros que merecen tenerse como tales, y que la única realidad que vale la pena es la que se describe en los libros.
Las ciencias, las letras y las artes generan en sus cultivadores hábitos muy difíciles de superar, y a veces imposible. Esos hábitos, que constituyen las teorías científicas, y las preceptivas humanísticas y artísticas, condicionan la percepción de la realidad de un modo que a veces llega a ser absoluto, de tal modo que llega a pensarse que lo que no está en los libros no es real, o, al menos, no suficientemente verdadero.
Don Quijote no tiene criterios para el combate con los yangüeses porque no son caballeros y un caballero sólo combate son sus iguales. Tampoco tiene criterios para aplicárselos a Sancho porque los libros de caballería no contemplan ni regulan las peleas entre la gente del pueblo. Las ciencias, las letras y las artes solamente se ocupan de lo ejemplar. Las teorías y los relatos estilizan, embellecen. No todo lo que pasa merece la pena, no todo lo real es relevante. Sólo lo excelso es digno de fama, de ciencia, de relato, de peana y de marco.
¿Qué tipo de estrechez es esa que conduce a aceptar como real solamente lo que es un ideal excelso, la imagen perfecta que Narciso veía en las aguas? La estrechez proviene de que no hay acceso a lo real más que a través de la representación. Los hombres maduran y forman sus mentes aprendiendo a hablar, y aprender un lenguaje (o generarlo en sus comienzos) es nombrar las cosas con las que se encuentran y, con ello, definir los valores de lo real y ficticio, efectivo y posible, verdadero y falso, útil y nocivo, hermoso y horrible, bueno y malo, etc., es decir, determinar en concreto y para esa lengua y esa cultura lo que los filósofos llaman los trascendentales del ser. Lo comprensible es lo que puede ser procesado dentro de esos parámetros, y lo incomprensible e imposible lo que no. A su vez, esos parámetros resultan modulados por cada grupo social e incluso por cada individuo, dando lugar a las mentalidades de grupos, mentalidades profesionales, etc., y a las mentalidades individuales.
Dentro de los parámetros de una cultura y un lenguaje ordinarios, surgieron las ciencias como controles de calidad del conocimiento, como procedimientos para asegurar que sólo se adquirirían conocimientos verdaderos, y las humanidades quedaron inmediatamente contaminadas por ellas. Ese era el sueño de Descartes.
Al elevar tales controles de calidad a criterio para aceptar o rechazar todo conocimiento, toda verdad, toda realidad, mucho más de la mitad del conocimiento ordinario, de la verdad y de la realidad, quedó excluido del ámbito de lo verificable, y con ello de lo digno de ser aceptado, de ser tenido por verdadero, fiable, pensable e incluso posible. El campo de lo ideal perfecto y de lo pensable, que es mucho más restringido en el ámbito científico que en el del sentido común, en el del lenguaje ordinario, quedó contraído a una angostura insólita, y se perdieron para el saber inmensos territorios de realidad y de conocimiento.
La aportación de la filosofía del siglo XX ha sido elevar a la dignidad de conocimiento, de expresión pertinente y relevante sobre la realidad, no solamente lo que dicen el cura y el barbero, sino también el ama y la sobrina, e incluso la propia Maritornes, como hizo Cervantes en el siglo XVI. El logro de sus cultivadores fue apercibirse de la insuficiencia del cauce por el que había discurrido la racionalidad a lo largo de la historia, percatarse de la extrapolación y aplicación extremosa del trascendental verum por parte de la ciencia, recuperar para el saber los territorios perdidos de lo no-demostrable científicamente, y devolver su legitimidad gnoseológica y ontológica al sentido común y al lenguaje ordinario. Desde este punto de vista, la filosofía del siglo XX exhibe una asombrosa unidad y coherencia, desde la fenomenología a la hermenéutica y desde el psicoanálisis a la analítica del lenguaje. Pues bien, el Quijote se puede leer desde esa perspectiva y según esa clave.
El encantamiento que produce la ciencia mediante la mentalidad cientificista, y el que producen las humanidades con la mentalidad idealista, instalan a las mentes cultivadas en unos campos de lo pensable y pensado mucho más estrechos que los de la mente común (a cambio de lo cual pueden llegar mucho más lejos que ésta en el conocimiento de determinados asuntos), y por eso, las mentes cultivadas durante noches de claro en claro y días de turbio en turbio, al aplicar sus controles de calidad al conocimiento y lenguaje ordinarios, resulta que pueden aceptar mucha menos verdad y realidad que las mentes comunes.
Los resquicios y los márgenes de lo pensado y lo pensable según sus controles le resultan a las mentalidades cultivadas despreciables, o le dan vértigo, o bien en otros casos tienen un especial daltonismo que les protege contra esos abismos.
Al llegar a ese punto, o quizá bastante antes, uno ya ha llegado a la conclusión de que el diálogo con estos caballeros andantes es punto menos que imposible, de que su delirio casi paranoico no permite una mínima apertura a lo demás. Y no pasa nada por eso, basta con no hacerles caso. Ya se les hace demasiado cuando hablan de ciencias o de letras, no hay que hacérselo cuando hablan de otras cosas.
Por lo demás, ¿quién ha dicho que la libertad, o la moral, o la religión, o el derecho, o la política, pueden o deben tener sentido y ser comprensibles desde el punto de vista de la ciencia, desde un determinado punto de vista humanístico, o desde el de cualquier otro encantamiento?, ¿quién puede creer que el punto de vista de los intelectuales absolutos es a su vez tan absoluto como para que todo haya de tener valor y sentido si y solamente si lo tiene en y desde él? Eso lo pueden creer ellos y cuantos tienen una mentalidad como la suya. Pero la mentalidad común, con todo lo corrompida que está por la ciencia, queda en buena parte a salvo de eso.
Hubo un tiempo en que la única instancia cultural legitimadora era la religión, de manera que todo producto cultural tenía que ser sancionado por ella para ser aceptable. De ese modo, no solamente tenía que ser religiosa la religión, también tenía que serlo el derecho, la política, el arte, la filosofía y la ciencia, y en caso contrario sufrían la excomunión o la hoguera. Posteriormente la instancia legitimadora pasó a ser la ciencia, y sólo ella tornaba aceptable los productos culturales , de manera que no solo tenía que ser científica la ciencia. También tenía que ser científica la ética (more geométrico), la religión (dentro de los límites de la razón), el socialismo (que dejaba de ser utópico para ser científico), etc.
El siglo XXI se ha inaugurado con el pluralismo de las instancias legitimadoras, de manera que quizá empezamos a ser capaces de conformarnos con que sea religiosa la religión, científica la ciencia, y artístico el arte. No obstante, el poder legitimante del arte, del diseño en general, se ha alzado por encima de todos los demás, con unos ademanes dictatoriales igual de peligrosamente restrictivos que los de las dictaduras de la ciencia y de la religión.
Nuestra interpretación pública de la realidad, aunque muy marcada por los científicos, y los humanistas absolutos, y especialmente por los artistas absolutos, es con todo bastante fragmentaria, y está entreverada con las interpretaciones privadas de la realidad. Por eso nuestra noción misma de realidad se ha hecho problemática y el sentido de ella también. Y todo ello dota de una peculiar luz a los dragones y monstruos con que los encantadores han poblado nuestro mundo, de manera que tenemos que aguzar la vista y la inteligencia para percibir quienes son en realidad.
En el ámbito de la crítica literaria se llama realista a la literatura que representa lo que no tiene ningún valor de ejemplaridad, es decir, que representa lo que no es digno de ser representado o no debería ser representado, lo que no merece ser elevado a paradigma, a modelo ideal, y que, en todo caso, merece reservarse solamente para el ámbito de lo privado.
Esta dualidad que Cervantes abre y despliega en el siglo XVI, marca el campo de batalla en que la realidad@ha tenido que hacerse valer en la modernidad y en la posmodernidad.
2 Sigo la versión del mito de Ovidio, Las metamorfosis, III,3. Edición española de Espasa Calpe, Madrid, 1992, pp. 60-63.
3 Estas reflexiones sobre don Quijote están tomadas de J. Choza, y J.J. Arechederra, Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, Themata, 2007, cap. 1
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