25 septiembre 2006

Ideología e innovación nacionalista.

Me pasa una compañera de departamento el número 624, de Nuestro Tiempo, de junio de 2006 con una entrevista al profesor de filosofía Alfredo Cruz, autor de El nacionalismo. Una ideología.
El asunto del libro es un análisis del término nación y de sus connotaciones en el discurso social y mediático cotidiano.

Con este título y las notas de la entrevista supongo que el contenido, al que no he podido aún acceder, comparte algo de la filosofía social de Ernest Gellner, que expuso el nacionalismo como evolución de la sociedad moderna por impacto de los medios de comunicación y de las industrias culturales.

(Vid un artículo traducido del alemán sobre filosofía del lenguaje y mente, acceso al capítulo la sociedad industrial (en inglés, 1983, pp.19-38.) en su libro Nación y nacionalismo; en 1999 se editó como obra póstuma Nationalism).

Por las palabras en su entrevista Cruz niega alguna realidad o entidad definible y unívoca tras el término "nación". En el mismo estatuto que da, según su análisis realista, para los otros conceptos políticos, que no pueden extrapolarse ni ontologizarse ya que proceden de la vida y los acuerdos tomados por una sociedad. Esta falta de realidad inasible e incomunicable vicia en su opinión, el discurso político; y de tal manera, que a una nación con pretensiones le acaba contestando otra en los mismo términos nacionalistas para negarle peticiones. Si admitimos que la nación es una ideología, un proyecto al servicio de un interés, creo que debería tratarse y evaluarse como tal.

Pierden fuerza y carga de prueba las invocaciones a la historia, con sus devenires y casualidades. Quizá también sea conveniente evitar el círculo vicioso y enemistante del nacionalismo que invoca el pasado para y en nombre de proyectos de futuro. Tiene pinta de ser muy beneficioso que no busquemos o reconstruyamos identidades a base de subrayar y exasperar diferencias. Pero desde fuera de la filosofía política, porque la desconozco, parece simplemente un criterio pragmático, no sé si realista, el reconocimiento de la autoridad y la legitimidad del Estado desde criterios de antigüedad y ejercicio actual del poder. Probablemente me haya equivocado en mis conclusiones, pero la prolongación del realismo terminológico de Cruz no sólo relativiza lo político (las ciencias sociales) sino que además, desde su crítica al nacionalismo criticable, tambalea la base del Estado de Derecho y el derecho del Estado.

Creo que la filosofía admite la imagen como una situación precedente del concepto. No tiene porqué acabar en él, pero anima los sentimientos, el cariño, por buscarlo. Las culturas sin Estado tienen derecho a expresar ese imaginario. A enraizar y proyectar una vía original y alternativa a los cauces aceptados y legislados. Una de las cuestiones del nacionalismo posible, es evitar sus lastres y sus ficciones (las peor intencionadas, al menos), abandonar el discurso metalizado (o empapelado=moneda) que además enlaza su razonamiento con la demanda inexorable de algún reconocimiento imposible. Sin embargo, otro nacionalismo, sin esas carcterísticas terribles, sría posible, como innovación parece viable. Si cuenta además con background y afinidades en colectivos con tradiciones comunes merece ser recibida junto a otras propuestas culturales.
Parte del problema debe venir cuando parece que las vías de innovación cultural andan algo cegadillas. Eso no justica un discurso atroz de incomunicación y enconamiento. A veces parece ser simplemente la salida de la falta de imaginación.

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