Entre los posts que no me gustaría se perdieran recojo al joven Pablo Mancini cuando buscaba la semiología perdida: hacia una teoría de la recepción. En Educar glosa su lectura de 2004 sobre Fragmentos de un tejido. Como otros semióticos Eliseo Verón desata esos lazos inmanentistas que pueden atarnos sólo a las piezas, al texto y sigue preguntándose sobre el lector. La crisis del autor ya se había desatado en los 70 (con Barthes, Genette, Eco...) La restauración de otra semiótica a partir de los 80 quiere ser más social, escrutadora de los efectos textuales en sus receptores.
Como siempre lo mejor son las críticas: la teoría de la enunciación (de la primera semiótica) buscaba el sentido del texto en una hipótesis de autor. Por lo menos con los mismos derechos podemos suponer lo que hace un lector con un texto. No hay linealidad, la causa escribiente no determina mi efecto lector (disrupción, Chomsky). En un texto se escribe tanto un contenido como un consejo para su lectura. En una clase está lo que se pretende aprender y las instrucciones, el modelo de aprendizaje que practica quien enseña (deuteroaprendizaje en G Bateson, en el contexto de la teoría del doble vínculo).
Sigue valiendo la expresión de que quien lee descodifica un texto, aunque no sea el código del autor, ni sea un conjunto reglado, un código. Tienen razón la estética de la recepción y la segunda generación semiótica: es muy interesante cómo cada un@ monta su discurso a partir de un mismo texto.
Tan interesante que eso es lo que lo llaman copia o cita en Internet. Y aunque nos da muchos más datos de lo que soñaban nuestros precedentes, creo que tampoco expresa todas las acciones y los contenidos de la recepción. Un momento activo, interactivo, que durante años sólo contabilizó en números de audiencia, de consumo de la industria cultural. En esos números nunca estuvo la razón del éxito, del best seller. Siempre lo mejor fue la recepción.
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