Sigue haciendo falta una marca personal y profesional que sea visible en internet. No importan otros ruidos alrededor. En este mismo blog la revisaba sobre profesiones posibles, futuros en potencia.
En estos meses seguimos con otros vicios 2.0. Banalizamos el avatar, el identificador del perfil en plataformas sociales. Llevamos casi un par de décadas de experiencia en redes. Pasamos por las plataformas con bastante más liquidez. Queda mononlítico el categórico carnet de identidad o el número de registro sanitario nacional. Es lógico que las identidades digitales se muestren más fluidas. Aunque nuestras personalidades no cambien tanto. En estos tiempos parece que se aceleran. Ya incluso en LinkedIn se gastan bromas.
Antes de la poca Historia que pudo pasar a leerse en libros, las palabras dichas y los gestos escenificados han sido durante siglos el tatuaje y la marca de cada persona. A pesar del ruido de la ciudad, y de todo el aparataje de las industrias culturales que la acompaña con el avanzar de los siglos, los medios y consumos masivos no han acallado las voces rurales y urbanas que siguen marcan el estilo personal en barrios y aldeas.
Aún repito que no es bueno quedar como Digital Homeless. Pero hoy leo posts anteriores y me resultan algo imperativos o simples instrucciones a seguir. Me gustan más ahora esos proyectos de inclusión con portafolios. Nadie debería quedar en la calle digital ninguneada como otra/o nadie. Desde Sócrates cuando menos, y destacado por los últimos estoicos, escribir sobre una/o mismo es fuente rica y generosa para el diseño y la evaluación de vivencias. Pero desde los primeros diarios y portafolios hace más de veinte siglos comenzó la serie de réplicas del yo. En clase no se callan las más bocazas diciendo que con los blogs de aula seguimos una larga serie de horteradas a la que no ven tanto sentido.
Desde el principio, la escritura (aunque fuera enseñada en la escuela) ha aportado mucho a la dimensión pública de nuestra imagen personal. Sucesivas tecnologías han prolongado la iconografía individual hasta los recursos audiovisuales móviles que nos permiten hoy registro, edición y recreación de imágenes, autoimágenes y semiselfies. Con más o menos esperanza de proyectar una marca personal, agregada o integrada en obras colectivas o sociales que conecta lo digital. Con la informalidad acostumbrada en las redes fotografiamos y diseñamos efímeros perfiles digitales. ¿Estaremos perdiendo el valor de autoconocimiento que tenía el diario estoico?
No veo porqué tenemos que prescindir de la experiencia visual del yo. Muchos experimentos son desechados y así deben olvidarse. Otras vivencias pueden aportar innovación o constancia. El caso es hacer más reconocibles, diferentes, manifestaciones digitales de una autodeterminada y explícita identidad personal-profesional.
Con el "El infierno son los otros" creo que se puede comenzar un análisis diferente de las estrategias para una marca personal. Quizá la obra de teatro de Sartre, donde se dice esta frase, no se ajuste a las bambalinas de las vanidades contemporáneas. Sin embargo, a pesar de lo que han cambiado los tiempos, como en las escenas de aquel infierno teatral, no podemos escapar ni escondernos de los juicios ajenos.
Hegel y otros pensadores dialécticos recomiendan tomar en cuenta la visión externa. La única que puede objetivar nuestros figura, andares y parecer. Lo que pensamos de nosotros mismos no coincide, y carece de los datos familiares, tribales o grupales, que componen nuestra imagen local en los entornos en los que somos conocidos. Como otros materiales públicos, también mis demonios digitales -y públicos- componen mi yo privado.
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